Cuando pensamos en auditoría, lo primero que se nos viene a la mente son números, normas y documentos. ¡Y claro que todo eso importa! Pero… ¿y las personas detrás de los procesos? ¿Qué pasa con las emociones que surgen durante una auditoría?
Aunque suene raro en un mundo tan técnico, la inteligencia emocional se ha convertido en una habilidad clave para los auditores del siglo XXI. Porque sí: más allá de revisar cifras, los auditores interactúan todos los días con directivos, colaboradores, clientes e incluso autoridades.
Daniel Goleman, uno de los principales referentes en el tema, la define como la capacidad de reconocer, entender y gestionar nuestras emociones… y también influir positivamente en las de los demás.
La inteligencia emocional se compone de cinco pilares esenciales:
Porque una auditoría no es solo un ejercicio técnico, también es una experiencia humana. Aquí algunos beneficios clave de aplicar la inteligencia emocional en esta profesión:
Un auditor emocionalmente inteligente hace las preguntas adecuadas sin incomodar, mantiene la calma ante respuestas evasivas y genera confianza desde el primer contacto.
Cuando gestionamos nuestras emociones, evitamos caer en juicios apresurados. Esto es vital, sobre todo en auditorías complejas o con hallazgos sensibles.
Presentar observaciones incómodas puede generar defensividad. Pero con empatía y buenas habilidades sociales, es posible transmitir el mensaje sin confrontación y lograr receptividad.
Ya sea en auditorías internas o externas, el trabajo colaborativo es fundamental. La inteligencia emocional potencia el liderazgo, la coordinación y la resolución de conflictos grupales.
Aquí algunas acciones prácticas para comenzar:
La auditoría no solo se trata de verificar, sino también de conectar. Desarrollar inteligencia emocional te convierte en un auditor más completo, más humano y más efectivo. Porque en un entorno cada vez más exigente, no basta con ser técnico: hay que saber leer y liderar las emociones que se mueven en cada proceso.